-. 21 de Julio del 2018.-
Me gusta madrugar. No eran todavía las 7 de la mañana cuando me levanté, me lavé un poco la cara y después de tomarme un té verde con jengibre me dispuse a dar el paseo mañanero.
Había amanecido un día extraordinario. Ya la temperatura que hacía a esas horas, siete y media, presagiaba un día caluroso, pero en ese momento era ideal.
Empecé el paseo decidió a bajar hasta Royuela, como todos los días que paseo cuando estoy en el pueblo, pero mientras me acercaba al empalme iba pensando que bien podría cambiar de itinerario, dado que más tarde quizás me tocara bajar hasta la raya con mi cuñado.
Dicho y hecho, me decidí por subir hasta las eras por Valdecarros y una vez arriba ya vería a ver por dónde seguía.
Al ir subiendo la cuesta me fue fijando en la obra que estaban haciendo en el lado izquierdo de la carretera, preparando una hermosa acera y que llegaba hasta la última casa. Lo estaban dejando bien y no cuesta tanto reconocerlo.
Oye, pues que al terminar de subir Valdecarros empecé a hablar un poco conmigo mismo:
- Qué pasa, Aniano?. Te ha costado un poco llegar arriba?.
- No digas bobadas, qué me va a costar.
- Yo diría que sí, que ya te estás haciendo mayor, que ya has cumplido 71 años y la edad empieza a pasar factura.
- Qué bobo eres, ahora 71 años no es nada. Y además, sabes lo que te digo?. Que te calles y para que veas que estás equivocado (pero al decir esto yo notaba que no lo decía muy convencido) voy a seguir andando por las eras y voy a bajar por el Valle de Valandrino, que hace mucho tiempo que no voy por ahí.
En principio aquí terminó esta pequeña discusión. Seguí andando para cumplir con la decisión tomada.
Me extrañaba un poco que a estas alturas de Julio no había todavía ningún montón de cereales en la era, aún no se había empezado a cosechar. Este año, debido a las numerosas lluvias que había muy a menudo, la recolección de la cosecha se estaba retrasando un poco.
Iba yo pensando en estas cosas, en el cambio tan tremendo que habían dado las eras desde que ya no se trillaba en ellas, el silencio que había en ellas, inconcebible en aquellos años en los que en esa época de julio todas las eras estaban repletas de carros, caballerías, parvas, personas mayores, niños, y que todos juntos y sin darnos cuenta, producíamos unos ruidos, que ahora mismo se me antojaba formaban un música hermosa y que quedó guardada en nuestros oídos para que aún después de tantos años pudiéramos seguir oyéndola.
Pues pensando en todo ello empecé a bajar el valle de Valandrino.
Ya te decía yo que hacía mucho tiempo que no bajaba por ahí.
Vaya pinos tan preciosos que se habían hecho aquellas pequeñas plantas, que hacía ya unos cuantos años habían repoblado estas laderas.
Qué bien se andaba por ese camino, qué silencio, qué tranquilidad se respiraba, Pero al fijarme más en los pinos me di cuenta lo abandonados que estaban, nada cuidados, nadie había cortado las ramas inferiores que tanto les tiene que molestar. Y nuevamente empezó ese diálogo conmigo mismo, parecido al anterior.
- Alguien tendría que tomar cartas en el asunto y limpiar un poco estos pinos para que crecieran más esbeltos y lo más importante quitar esas ramas secas de la parte inferior que si hay un incendio eso es pólvora.
- Sí, si llevas razón, pero quién lo va a limpiar?
- Cómo que quién lo va a limpiar? Yo tengo entendido que el Estado, el Gobierno, las Juntas de las comunidades autonómicas, quien sea, da una ayuda de 426 euros a parados de larga duración y me parece fenomenal. Y sabes lo que te propongo que les de otros trescientos o cuatrocientos euros más, vamos, por ejemplo el sueldo base, y cuatro o cinco horitas al día se dedicaran a hacer estas labores y no solo en este pueblo sino en todos donde se necesite hacer estas o parecidas limpiezas.
- Hombre, la idea no es mala. A lo mejor no es tan fácil hacer eso, tendrían que darles de alta en la Seguridad Social, tendrían que cotizar…
- Mejor me lo pones, al final hacían la limpieza, se les quitaba de la lista de parados, con lo cual el paro disminuía, cotizaban algo, aunque fuera poco, no veo más que ventajas.
- No lo sé, oye. Me parece que nos estamos metiendo en camisas de once varas y a lo mejor con dos varas tenemos suficiente.
- No, si tú con tal de no darme la razón te inventas problemas donde no los hay. Bueno dejemos el tema y la discusión y continuemos con el paseo.
Y así seguía el paseo, fijándome detenidamente en los pinos, en la ladera de enfrente, con un verdor que daba gusto mirar, cuando de repente me pasó algo extraordinario. Os lo digo de verdad, algo extraordinario que os voy a explicar.
Me vi sentado a media ladera, la misma en la que están los pinos, era muy jovencito, correría el año 1955, 56, me acompañaban, o yo a ellos, muchos amigos y compañeros de la escuela. Podría decir los nombres, pero no quiero, no sea que se me olvide alguno y después lo tome a mal.
Se respiraba un momento de hechizo, de que algo nos iba a marcar un poco. Por el Valle y desde la parte de la carretera subía un señor, llamado Vicente el Pellejero, su verdadero apellido era Alejo, y veíamos que iba tirando del ramal de una caballería, no sé si macho o mula, me recuerdo que estaba muy delgada, quizás debido a que era muy vieja o a que estaba enferma.
La llevó hasta una tierra en la que se veían muchos huesos, pensamos que de otras caballerías que allí habían sido sacrificadas anteriormente.
Lo cierto es que cuando nos quisimos dar cuenta el señor Vicente la había dado un tajazo, pienso ahora que pudiera haber sido en la yugular, esa tan abultada que tienen las caballerías y que las sube por el cuello hasta la cabeza. Madre mía, cómo la salía la sangre por ese tajo que la había hecho.
Permanecíamos en silencio, si alguno de nosotros lo rompía, le dábamos un empujón para decirle que se callara. Estábamos tensos, pero veíamos al señor Vicente con una tranquilidad que nosotros no nos explicábamos.
Al poco vimos cómo la caballería, como que se ponía de rodillas, primero con las manos delanteras, se comprende que al perder tanta sangre, se quedaba sin fuerzas, porque al poco se derrumbó por completo y quedó tirada en el suelo.
Inmediatamente el señor Vicente empezaba a sollarla, a quitarla el pellejo.
- Pero si todavía no está muerta, dijo en voz baja… no quiero poner su nombre.
- Cállate y no digas bobadas. Cómo no va a estar muerta. Tu te crees que si no lo estuviera iba a empezar a despellejarla?.
Yo no hacía caso a ninguno de los dos. Por una parte pensaba parecido al primero, no tiene que estar muerta del todo. Por otra me aferraba al segundo, tiene que estarlo porque sino….
No os lo pasaréis a creer pero no habría pasado ni media hora desde que vimos cómo subía el señor Vicente con la caballería, cuando ya empezamos a ver buitres sobrevolando en valle.
- Hostia, tampoco voy a poner el nombre del que lo dijo. Os habéis fijado?. A mi me dan miedo esos buitres
- Ay, mira, el miedica, tiene miedo. Estate tranquilo, que tu no les gustas y te van a dejar tranquilo. (Lo decía para animarme a mí mismo y con la esperanza de que ninguno de los que estábamos allí les gustáramos).
Aún vimos cómo empezaban a dar cuenta de la carne una vez que el señor Vicente volvió hacia el pueblo con la piel de la caballería.
Nosotros decidimos marcharnos antes de que terminaran el banquete, por si acaso se quedaban con hambre e intentaban…
De repente me sacudí la cabeza. Volví al día 21 de Julio del 2018.
- Hostia. (Ahora sí que os digo que lo dije yo). Vaya rato que he pasado. Miré fijamente. Ni vi al señor Vicente, ni a la caballería, ni a mis amigos de la escuela, pero creedme, vi algún buitre y seguro estaba de que no iban a venir a comer una caballería que nadie había matado ese día
Terminé de bajar el valle de Valandrino y me dirigí hasta casa, a beber un trago de agua y si pegaba, almorzar algo.
El paseo me había sentado de maravilla.
Aniano Arnaiz.
1 comentarios :
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