Los topos son los únicos mamíferos europeos con vida propiamente subterránea o hipógea, al pasar gran parte de la misma bajo tierra, a la que se han adaptado de una forma asombrosa, pudiendo pasar largos periodos sin necesidad de tener que salir a la superficie.
La familia de los topos se distribuye por Europa y Norteamérica, estando integrada por un total de tres subfamilias, con doce géneros que integran un total de 31 especies, de las que en la Península Ibérica solo están presentes dos especies: el topo común o europeo (Talpa europaeus, Linnaeus, 1758) y el topo ibérico (Talpa occientalis, Cabrera, 1907). Ambas especies presentan grandes similitudes externas, siendo casi indistinguibles para una persona no especializada, aun cuando el topo ibérico es más pequeño y tiene los ojos totalmente cubiertos por la piel, de aquí que también es llamado topo ciego, si bien la especie ibérica está clasificada como especie distinta al propiamente llamado como topo ciego (Talpa caeca).
De cuerpo cilíndrico y compacto, está dotado de unas poderosas extremidades delanteras excavadoras, orientadas al exterior del animal (ver imagen lateral de detalle de la pata anterior) para facilitar su actividad excavadora y trabajos de minado de las galerías. Su pelaje es tupido, generalmente de color negro, aunque puede también presentar tonalidades plateadas, rojizas o de color violeta.
El tacto es el sentido más desarrollado en el topo, particularmente en la punta del hocico, el que cuenta con unos pelos sensoriales llamados vibrisas, que mueve continuamente para detectar presas. Aun cuando el olfato y oído también les funciona no tienen estos sentidos muy desarrollados, mientras que la vista es un órgano que al no utilizarlo suele aparecer atrofiado: “ves menos que un topo”, dice una expresión popular para referirse a las personas con poca vista.
El topo ibérico se extiende por toda la Península Ibérica, faltando tan solo al norte del Valle del Ebro, País Vasco y Cataluña, donde es sustituido por el topo común o europeo.
Clasificado dentro del orden de los insectívoros, tiene como alimento básico a las lombrices, completando su dieta con caracoles, pequeños roedores, anfibios y materia vegetal, además de los insectos.
La distribución del topo ibérico está asociada a ámbitos de montaña, pudiendo localizarlo entre los 800 metros y los 2.300 metros de altitud (Sierra Nevada), donde ocupa suelos ricos en humus y materia orgánica, en los que abunden las lombrices, su alimento favorito, rechazando los terrenos muy arenosos y muy rocosos, en los que tiene dificultades para excavar. Las praderas naturales y los campos de cultivo de regadío son lugares que llenan sus necesidades y por tanto uno de los medios en que más abundan.
Mucha curiosidad ha despertado para el hombre la vida subterránea del topo, cuyos únicos vestigios externos visibles son los montoncitos de tierra que forma, procedentes de su actividad excavadora, de unos 15 a 25 cms. de altura y de 15 a 35 de diámetro, así como los denominados “cordones”, unos abultamientos del suelo que delatan el recorrido de la topera bajo tierra, que se forman cuando la conducción está cerca de la superficie y el topo la empuja con su cuerpo hacia la superficie para abrirse paso. Son claramente diferenciables de las salchichas que forma la rata de agua. Otro tipo de galeria del topo son las llamadas “galerías de celo”, unos corredores superficiales y abiertos, a modo de pequeñas zanjas, con tierra a uno y otro lado, que forma el animal en sus recorridos superficiales.
Una completa y detallada descripción de las cavidades subterráneas del topo la hemos encontrado en la publicación Historia Natural de la Creación (C.A. Ealand y otros, 1942) en la que se cuenta como el topo comienza por excavar una cavidad esférica, no muy lejos de la superficie, y echa fuera al tierra excavada por una galería oblicua. Cuando la tierra sobrepuesta adquiere una altura excesiva excava otra galería, a veces por otra parte de la cavidad próxima, pero casi siempre al lado de la galería anterior. Todo ello –indican los autores- le lleva cierto tiempo y mientras recorre su refugio en varias direcciones en busca de alimento. Su actividad excavadora no cesa y las galerías que conducen a la cavidad donde se sitúa el nido van siendo cada vez más largas y describen caminos de ronda de la naciente fortaleza. Las galerías tienen una dimensión media de 5 cms. de ancho por 4 cms. de alto, pudiendo sumar los 150 metros de longitud total, aun cuando lo normal es que oscile entre los 40 y 50 metros de longitud.
El núcleo de la topera es la llamada cavidad central donde se sitúa su nido, de forma casi esférica, del tamaño de un gran pan, pudiendo alcanzar los 150 cms. de diámetro y los 50 cms. de altura, de paredes muy lisas a causa del continúe roce y del uso frecuente por el animal. En el fondo de este nido se depositan hojas, raíces y hierba seca, con las que forma un nido esférico, en cuyo interior se alojan las crías. En estos nidos abundan las pulgas y ácaros. Cuando esta cavidad central o nido está próxima a la superficie y se levanta un montículo del suelo, se diferencia claramente del resto de montoncitos procedentes de la actividad excavadora del topo y es de mayor tamaño, recibiendo popularmente el nombre de castillo, en alusión a su tamaño.
En la topera desarrolla el animal su vida normal, siendo muy raro que salga de la misma, tan solo lo hace para beber en época de sequía, durante la época de dispersión de los jóvenes o en el celo en busca de pareja.
El topo no es un animal sociable, sino que se enzarza en frecuentes y encarnizadas peleas, que pueden ocasionarle heridas muy graves e incluso la muerte, cuando se cruza ocasionalmente con un congénere en sus movimientos, particularmente se producen estas mortales luchas en época de celo entre machos.
21 octubre 2008
EL TOPO COMÚN
Publicado por
Aniano Arnaiz y Jota
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